lunes, 2 de diciembre de 2013

Siete vértices de la eternidad



I. Los faraones pertenecían a la familia real egipcia. Según aquella cosmovisión, ellos no eran humanos comunes, sino seres de otra estirpe. 

Cuando los faraones ascendían al trono, su primer ocupación era el comenzar a construir su tumba futura. El viaje al otro mundo, aquel camino espiritual, era un horizonte permanentemente presente.

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II. Marguerite Duras, dijo una vez que “el hombre ha creído en la eternidad del hombre, como ha creído en la eternidad de dios o la del petróleo”. Y, si tal vez nos convirtiéramos sólo en una sonrisa, un calor en el pecho, un abrazo sincero, estaría bien.

Estaría bien.

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III. Primero se debe conocer la vida. Es la tarea primera del viajero. Para conocer la vida, hay que conocer a las mujeres y a los hombres. Una vez me dijeron, que antes de saber qué es la humanidad, tenía que descubrir qué era ser, un ser humano.

Qué era, el conocerse.

Muchos estamos creciendo en silencio, esperando encontrarnos cuando sale el sol. No sabemos lo que somos; sabemos lo que no.

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IV. Lo que antes nos sacaba el sueño, ya no lo hace más. ¡Nuestros deseos son tan fugaces! El amor es un cauce que cambia rápidamente sus surcos. Y, así funciona el olvido: cuando ya no hay intención.

Y, si ya no tenemos miedo, es porque ya no tenemos nada más. Y, estaría bien.

Estaría bien.

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V. Es que, en verdad, ¿ha pasado el tiempo, o hemos pasado nosotros?

(los vacíos también nos hacen)

La vida es cambio permanente. Aprender a amarse, es un camino largo e imprescindible. Sonreir (nos) a este instante, la constante buscada. El espacio tiene, a veces, sus complejidades.

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VI. Vemos lo natural como un bonsai, dentro de una fina bolsa de plástico, de color verde. Creemos que respiramos, cuando en verdad nunca lo hemos hecho. Jugamos a estar vivos.

Despertar del sueño ya es bastante. Pero no suficiente.

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VII. Los pájaros cantan junto al amanecer. También lo hacen, al atardecer.

Los pájaros cantan, cuando el sol roza al horizonte, cuando el sol lo acaricia; cuando el sol los abraza.
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jueves, 24 de octubre de 2013

Refucilos



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-¡Refucilo!-


Aquel viento, nos llega desde el lugar en el que los dioses y las diosas se desvistieron un día, antes de crear los mundos posibles.

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-¡Refucilo!-


El progreso es una idea que sirvió una vez como esperanza; y hoy es una excusa. La línea recta se trunca, esta tarde.
No hay más puntos en la recta cósmica, que los viejos humanos creyeron (¡quisieron!)
ver.

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El tiempo no existe. O, más bien, existe cuando no es vivido; 


-¡Refucilos!-

-[El milagro y el cataclismo son la misma fuerza, con sentidos opuestos]-



Romper el reloj, liberar al tiempo allí encerrado. Liberarnos en el mismo acto, en la misma caricia. 
Quebrar la cadena sobre nuestro cuello.
Crear el milagro, no esperarlo.

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En la vida, siempre alguien se está yendo.
Siempre alguien nos toca a la puerta.

Pero,
¿Quién abraza a lluvia, mientras todos buscan amarse?,
¿En qué habremos de reencarnar mañana, si creemos no creer?
 
Es que, si somos retazos de una tela que alguien -o nadie- cortó, si cada encuentro es un presagio o una consumación. Sí, ¡por qué entonces!, aquella angustia que emerge tan a menudo.



Las personas vuelven solas y las historias que no se cierran, se abren.
La vida es más simple de lo que queremos creer.
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martes, 8 de octubre de 2013

Harás llover



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Ninguna palabra es aleatoria.
Toda palabra abre un mundo posible.

Y, de alguna manera se abrió entre nosotros.
Un instante mágico, en el quiebre de lo previsto.


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Y, la recuerdo entre las telas de una carpa azul.
Bailando hacia el cielo de la noche.
La luna llena en su espalda, que se traslucía por la tela.

El pelo suelto, largo hasta la mitad de su espalda.
Jugando entre sombras.

Un coro de ranas, cantando al calor.
Recitándole a la luna.

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Afuera, el rocío frío.
El afuera siempre existe.

Ella me busca, como el viento de la tarde antes de que caiga el sol.
Antes de la oscuridad, del ocaso de nuestra historia, nos abrazamos.

Y, no recuerdo nada más que sus ojos.
Mirándome de cerca.

Sus ojos marrones.
Mirándome de cerca.

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No esperes. 
No hay nada que esperar.

Es que, ¿las historias -alguna de ellas, siquiera- siguen existiendo?

Los objetos no existen. Son nuestras manos, nuestros ojos, tocándolos.
Los objetos existen. Seguirán allí, aún cuando nos alejemos para siempre de ellos.

No soportamos la finitud.
Ella sigue existiendo.
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La vida son los detalles, sí.

Y, la vida de los todos aquellos que pensamos conocer,  esconden, como un eclipse, sombras impensadas.

Uno hace lo que debe hacer. Lo demás, poco importa.
Uno hace lo que siente hacer.
Lo demás, poco.
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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Swadeshi - [Parte primera]




I

La hondonada. Llegar al valle.
Habíamos caminado bastante. Teníamos sed.

Enceguecidos por la promesa, no habíamos bebido durante el trayecto.

Convertirnos en mujeres y en hombres. En humanos.
Derramarnos en aquello.
Aquello inevitable

Pero, la garganta de la montaña no fue como pensábamos. Moríamos de sed, buscando apaciguarla. Aparentábamos estar satisfechos: aquella era la forma de comportarse.

Leíamos sobre aquellos que se habían negado a la sumisión. Colgábamos sus fotos en nuestras paredes, como si los ojos de los que ya no están hubieran podido marcarnos un camino posible.

Bebíamos gotas de rocío, de las hojas cercanas. Nos decían que sólo eso era lo permitido.

-“Siempre ha sido así”-
-“Siempre”-

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II

Quizás sólo seamos un espacio rico, arena suave en donde es posible trazar dibujos con la rama de un árbol. Una posibilidad.

Bailar, hasta que la luna se encienda.
Recordar la primera estrofa.
Abrir la boca al escuchar, aquel canto que provoca un eco en quien lo lee.

Un eco.
Un eco, un eco.

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