miércoles, 20 de marzo de 2013

Niña Camboya




"Los pájaros perdidos del verano vienen a mi ventana a cantar
y parten volando."
-R.Tagore-


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Entre las fauces de lo que no existía, una niña corría con ligereza.

Daba pequeños saltos, que combinaba con otros más largos. Se divertía, entre lo inanimado, entre lo inexistente. Bebía de las aguas de los lagos infinitos.

La niña corría hasta agotarse, lo hacía hasta desplomarse sobre el suelo. Dormía entonces profundamente aquel sueño eterno de lo que no tiene tiempo.

Apretaba los labios. Un gesto de apertura buscaba abrirlos, pero no llegaban a hacerlo.  
 Dormía, abría los ojos durante unos segundos
y los volvía a cerrar.

La niña creció en soledad junto a la orilla de los lagos del cielo. Se convirtió en una gran bailarina, versada en danzas alongadas que duraban varias horas. Unos años pasaron y ella se volvió una diosa muy hermosa, que sólo pocos podían ver. La tierra y el espacio no existían, tampoco el tiempo: eran tiempos de dioses.

Uno de aquellos, uno de los dioses nagas -llamémosle,  Naga-, se enamoró de ella perdidamente; eran tiempos de amores intensos. La niña Camboya –así era su nombre- se divertía bailando por entre las aguas mientras él la observaba por detrás de las grandes rocas, las montañas celestiales de un solo trozo. Camboya no lo miraba, ni sentía su presencia: su hábito de la soledad no le permitía considerar a los otros dioses y diosas. Ella era su único mundo.

El dios buscó el encuentro con la niña, pero no fue posible. Bailando, ella saltaba hacia otros pastos. Se alejaba dando vueltas en el aire o se sumergía en las aguas profundas mediante un salto descendente. Naga resolvió entonces provocar un suceso que la obligara a considerarlo; había tomado una decisión: cambiaría el paisaje cotidiano de Camboya,

¡Eso la hará saber que existo!,

Decidió beberse toda el agua del lugar. Abrió la boca y su mandíbula tomó una extensión inconmensurable. El líquido comenzó a caer entre sus dientes y su lengua. La glotis permitía el paso de las aguas hacia dentro del cuerpo de Naga. Camboya –que estaba bailando entonces por debajo del agua- sintió cómo emergía a su alrededor un lugar que desconocía. Detuvo su baile por primera vez y observó, entre la tierra que acaba de emerger, a un hinchado Naga e hizo un gesto de extrañeza.

Junto a la tierra nació el tiempo.
El tiempo de todos nosotros.

La tierra recién nacida era un lugar solitario, Camboya se sintió a gusto. Estiró sus pies y piernas antes de volver a comenzar. Extendió sus brazos y tomó su largo cabello entre sus manos. La tierra pareció crujir frente al primer salto de la diosa.

Naga, entonces, vio a la niña alejarse.
Naga gritó, con el estómago colmado de líquido,

¡Niña Camboya, aquí estoy!
¡Ven a buscarme!

¡Niña Camboya!, vos dejás rastros
y los rastros te dejan
a vos.
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