domingo, 20 de junio de 2010

A veces no puedo con la soledad


http://www.youtube.com/watch?v=Zq2XfVu0NvY - Gracias por la frase, maestro.


-“Porque la otra vez – otra vez – no fue la nuestra”- escribió, en un pedazo de papel. Cerró los ojos. Contó unos cuantos segundos, buscando desagregar, rastrear hasta la pizca más magra de lo que hubiera de quedar de su perfume alimonado en esa mesa de madera avejentada por los años. Recordándola. Evocándola. Olvidando su materialidad, transformándola en deidad, en un espectro hermoso de largo pelo castaño, que se extendía hasta la mitad de su espalda.
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Uno
Cinco
Trece
Quince
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Se levantó de un salto, de la silla metálica. Desperezó entonces, la butaca, un sonido espantoso, como un llanto de hombre de lata, como un espasmo de aluminio. Sacudió unos pasos hasta el baño. Meó. Se arremangó la camisa mirándose al espejo, con tìmida, chupadita arrogancia – de paso estudio, ya que estoy en la biblioteca, estudio, si, no vine sólo por ella -.

Volvió a su asiento. Agarró uno de los tres libros que había llevado para masticar el rato. Algunas líneas había leído ya, le agregó unas cuantas más. Giraba el bocho hacia su derecha, ante cada personaje que entraba rapiñando a la sala. No era ella. No. Ella tampoco. – Que iluso, esta descomunal blasfemia del enamoramiento en esporas, las hormonas sin raigambre, mi eterna devoción a equivocarme de mujer – se dijo en voz baja. Le gustaban las palabras raras, esas que en al aire sonaban como truenos de papel.

Una piba, bastante feucha, se le sentó delante – mierda -  dijo. - Si llega a venir no va a poder sentarse enfrente mío, como la otra vez – esa vez, que no fue vez. Corrió sus libros, acomodó unos cuantos papeles, para hacerle lugar. Sonrió sin ganas. – Como te va –, le dijo.
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- Bien, me va bien – respondió.