lunes, 17 de junio de 2013

El secreto del tiempo [primera parte]




I

En la antigua China -en tiempos en que occidente era un caldero a medio hervir- el emperador oriental guardaba un secreto. Lo tenía escrito en un papel de arroz, que guardaba en su caja de objetos divinos, doblado cuidadosamente en pequeños cuadrados que iban superponiéndose hasta formar sólo uno del tamaño de una palma, un cuadrado de unos cuantos centímetros de altura.

Su contenido era un misterio, aún para los cortesanos más cercanos. Uno de aquellos nobles regordetes de buena vida era, además de rico, bastante ambicioso. Se decía a sí mismo todas las noches,

¡La moral del reino no existe ya,
se necesita de un reformador,
y ese gran hombre, yo habré de ser!

Aquel noble, de nombre hoy impronunciable, quería ser emperador. Quería dominar los cuerpos y espíritus del mundo, quería bañarlos en su jugo de bondad. Presentía que en aquel papel misterioso, encontraría un camino a su objetivo.

Luego de un banquete en el palacio imperial, cuando todos los invitados se retiraban, se escondió por entre las vetas de los muros. Esperó pacientemente su instante, como en un trance. En aquellos bailes cósmicos, el momento de salir a escena es el relámpago cuando en la carne se asienta la decisión.

Se acercó entonces a la recámara del emperador y abrió la pequeña cajita, que identificó sin problemas. Abrió con cuidado, los trocitos del papel de arroz. En voz alta, leyó,

.
“Tú, que has sido investido con las ropas del hijo del emperador celeste,
de manera temporal y efímera.

Esto, emperador de la China, debes saber:
sólo el que controla la campana y el tambor del templo,
¡sólo tú!, puedes controlar al tiempo.
Y, ese es tu gran poder…
.

El noble sentía la sangre hervir. Había comprendido cómo dominar a los hombres y al tiempo. Siguió leyendo entonces,
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