viernes, 26 de febrero de 2010

Eco / Narciso - II

http://www.youtube.com/watch?v=P-x184UJGBM&NR=1

Asimiló con el tiempo, es que todo con el tiempo se aprende, una verdad sintética, condensada en lágrimas secas, como un rocío de leche en polvo: el sentir, de vez en cuando, se asemeja a un peso nefasto en las vértebras. Pero a ella, no le importaba; a Eco no le importaba.


Esa vez, la vez que se cruzó finalmente con Narciso, llevaba puesto un vestido de una pieza, el más hermoso que jamás hubo de calzarle igual a alguien, alguna vez. Bríos de nena linda tenía, de puedelotodo, una nariz perfecta. Su cabello bien negro y desmechado. Hilo y aguja en mano, preparada para reparar el trapo de su alma apachurrada, remendarla con pedacitos de algodón, de edredón. Lo que hubiera cerca. Lo que a mano haya.

--- Hubo una vez un jovato, Zeus era su nombre, y hubo una ninfa. También hubo un amor. Eco fue una semilla embalada que brotó apresurada, que jugó a ser tallo aún dentro del capullo sólido de fibra. Hubo también una mujer y una maldición. Después del castigo que todos conocemos, ese que condenó a Eco a no poder decir más que las últimas palabras del otro, ella se barnizó con olvido el pecho, de betún color mate. Pero, más habría de lastimarla el olvido del dios que la condena. ---

Se levantó un poco el vestido, mansamente, con la punta de los dedos. Ató el extremo de la falda a un filamento de tela que colgaba de su espalda, eran de esas prendas que gustan de atarse por detrás, que se acomodan bien a los cuerpos díscolos.

Narciso era un impulso hormonal, carne de estrógeno, un pibe más, otro más. Ella era lo inefable, lo indecible. Él era el argumento de una obra que ya habían murmurado. Lo que ella tenía que decirle es que no había nada que mencionar. Que eran eso y tan solo eso: un espacio pequeño, un recorte de diario, un octavo capítulo, un instante por congelar. - “Ahora sos un hijo de puta contento, nene”- le dijo en la jeta cuajada.

Narciso sonrió con los dientes desplegados en fila y escupió un sonido chillón, una risa ahogada atascada en un estornudo que no podía arrancarse de la boca. Tenía sed, esa sed bestial que sólo el sexo despierta. Se volcó, entonces, sobre sus rodillas hacia el lago profundo, mirando el charco grande. Vió su imagen ridícula en el espejo de agua, esos dientes de publicidad de Colgate mostrando pecho, blancos, brillantes:

- Este dentífrico realmente funciona - pensó.

viernes, 12 de febrero de 2010

Narciso - I

http://www.youtube.com/watch?v=0TkRUgSuxt0


A través del prado difuso, extenso y perdido, abriéndose paso. Respirando hondo, Narciso corría por el pasto, pisando la hierba con las adidas recién lavadas. Eran tiempos de pocos hilos, de bastante disgregación. Sobre la losa y el azulejo, el mundo goteaba, se iba desmembrando mediante sacudones, de forma inenarrable. El pibe vivía en tiempos en los que la comunidad se hacía exigua, en los que se probaba los cortos. Se escurrían individuos vulgares por los márgenes, entre las juntas de la sociedad manaban personitas, por todas partes chorreaban, todos se volvían olvidables; la comunidad se derretía, minúscula se tornaba.

En el transcurso de la corrida, Narciso pensaba en sus viejos,
- Uno siempre de alguna manera rumia en ellos - , reflexionaba, mientras las zapatillas se le llenaban de yuyos verdes y clorofila, y se mimetizaban con la campiña. En su padre pensaba, ese laburante incansable que aprendía de a poco el cómo vivir en un monoambiente desolado por Parque Patricios, en un monoambiente a estrenar, eso decía el cartel que aún se mostraba por el balcón. - Una vida a estrenar, - podría haberse escrito. En su madre, pensaba, en esa buena mujer que se jugaba sus últimas fichas de juventud en la ruleta de las sábanas de un viejo abogado legalista no tan bueno.

- Durante la existencia, la gente se cruza constantemente, algunos hacen un esfuerzo por conocerse un poco más, unos cuantos se divierten en el rito de la atracción, de la seducción jugosa y se cojen con ganas; sólo algunos se aman; sin embargo, también se cansan rápido y se separan, sin decir adiós. Y en algún instante de ese derrotero infatigable y angustiante, a veces, tienen hijos. –

Narciso compartía con los pibes y nenas de su tiempo ese mal moderno, esa tristeza tácita, eso de ser hijos de padres lejanos, de parejas crípticas, de un amor que ya no está o quizás nunca hubo de estar. En eso pensaba el pibe cuando llegó a la fuente, el espejo de agua en el que la ninfa Eco lo esperaba con su vestido más hermoso.
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martes, 2 de febrero de 2010

Salvaje Semilla

http://www.youtube.com/watch?v=gYCcJjuGN6k

Entre sus manos tomaba su rostro, apretando levemente con la punta de los dedos en ciertos lugares volátiles y etéreos, que habían sido pautados con antelación, tramitados mediante sonrisas recortadas. Su cabello negro caía como manantial de zafiro líquido, perenne, los mechones hipérboles, tupidos, se perdían en la marejada de piel de estreno.

- Tan bien, se te ve desde acá, flaca, tan bien - . Un momento que eterno, habrá de ser, que intentaremos guardar en el bolsillo, entre la arena que del crepúsculo nos quedó.

Todo banquete muere en los platos vacíos y el agasajo del cuerpo oprobioso, el de la carne fresca sobre la tabla de picar no se salva de tal condena, de esa sombra amasijada. Cuando el sudor se enfría, el cuerpo raspa el pavor, raja el cristal del aliento y pide a gritos una purificación, una ablución de agua caliente.

– Me voy a pegar una ducha, flaquita - como para olvidar, dar de nuevo y cantar el real envido, otra vez. Como para olvidarte, nuevas cartas jugar, otras cosas cantar. Una ducha, me voy a dar, como para borronearte un poco, flaquita.

Estaqueado en tu semilla, estoy, mujer. Mi croqueta pide un gajo, fileteado, jugoso. Algo fresco para mi espíritu chupado y menguado, rebozado a vuelta y vuelta. Y el corazoncito que me resta, que se asemeja a una papa arrebatada que en un mal horno hubo de cocerse a fuego salvaje y asimétrico, quedó crujiente por fuera, duro, quemado y asado; y por dentro bien crudo, manso, ensangrentado en coagulitos que piden volver a verte, en un cuajo que clava la estaca carbonizada del volver a desterrarte.