Paula. Dice que su nombre es Paula. Le creo. Le creo que así debe llamarse.
Tiene cara de Paula.
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- ¿Qué es el hilito ese, el que las lámparas tienen dentro?- pregunta, mordiéndose el meñique izquierdo.
- Ni idea, Pau. Creo que era un metal raro, algo así-
Escucha mi respuesta mordiéndose -ahora- la uña del anular, apretando el maxilar un poco contra la mandíbula. La vista perdida. Entonces, se levanta rápido de la cama. Hace dos o tres pasos. Se sienta en el escritorio, junto a su pc. Mueve el mouse de manera frenética, de un lado hacia el otro. Ella hubiera dado lo que sea para que la computadora reaccionara más rápido, para que el protector de pantalla dejara de protegerla.
En menos de un minuto, entonces, la pantalla vuelve a hacerse visible, iluminando la habitación entera. Tres o cuatro clicks. Escribe algo en el teclado.
- Tungsteno- dice.
- ¿Qué?-
-Tungsteno, el filamento que al calentarse produce la luz es de tungsteno. Yo soy como el tungsteno- me dice. Y sonríe. Algo me ilumina entonces, si. Ahora lo entiendo: los vestidos fueron creados para ser llevados sólo por mujeres que sonríen. Nadie, sino sólo esas minas que saben sonreír deben llevarlos. Sólo ellas.
Le devuelvo la sonrisa. Estoy en su trampa, ya. Puse la gamba, flaca, mordeme:
- ¿Por qué? –le pregunte.
Respira profundo –deliberadamente-. No me responde, se muerde los labios, quiere cantarme. Pero sabe que tiene ventaja. Calla. Apaga el monitor, el cuarto se hace más oscuro -otra vez-. En la oscuridad que se tuesta lentamente en mis ojos, veo como entre sombras ella deja caer sus telas. Siento que se acerca. Agarra mis hombros entre sus manos y se vuelca sobre mi pecho.
- Tungsteno, nene- Ilumino. Tardo en quemarme.
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Hace un tiempo, escuché un pájaro volar. Lo despedí sin saberlo, con las manos extendidas, los hombros tímidos. Con los ojos sin abrir. Un filamento con plumitas, un adiós de alambres.
No volveré a verla, a Paula. Así se llamaba -eso decía-. Paula.