viernes, 20 de noviembre de 2009

Unoveinte

Azul -> http://www.youtube.com/watch?v=j2joJYPGG84

Siempre habrá historias que no ameritan el mínimo atisbo de evocación, aquellas tan miserables, que no recordamos siquiera el porque hubimos de olvidarlas. Hay lienzos que, por la mitad, se dejan.

Había jugado mejor, otras veces, a la sofocación. La mañana estaba fresca. - Por qué será que las mañanas de los domingos siempre son frescas– ,se preguntaba en silencio. Con el 132 en el iris, sentado en el cordón de la vereda, masticando un chicle que se asemejaba, con cada nueva rumiada, a una pequeña piedrita. Envolvió la golosina en un papel y al tacho la arrojó.
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"My girl awaits for me in tender time"

Escaló los amplios escalones del carruaje, se arrastró por el piso de goma acanalada, siguiendo los filetes que se extienden hasta el fondo del pasillo, caminó a pasos vastos a través del pasadizo metálico, hasta el encuentro del suelo con la ventana trasera que corona al bondi y, como manantial de acero, fluye furibunda sobre el quinteto de butacas al fondo del vehículo.

El pendejo se desplomó sobre el asiento. Recordó la afrenta cometida, aún fresca, tibia, como el flujo y el sudor que había bebido hace un rato y que, ahora, arcadas le daba. La flaca ya era otra pintita en el lupanar de su existencia. Le bajó el volumen a la murga de su espanto y se aflojó el cinturón. Se arrancó la remera negra de vieja estampa y bajó sus lienzos. La piel se escurría por el asiento, goteando a chorritos de epitelio, migajas de betún, alquitrán humano, que caían enfilados por entre el óxido de la silla, haciéndose uno, volviéndose engrudo en el suelo berreta. Cerró los ojos, aún los tenía en su lugar, inspiró y sacó el aire por última vez: - “Cuando no importe, ya, eso que importaba. Cuando ya no importe” -.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La mosca de la fruta y el vacío

Siempre lo fui -> http://www.youtube.com/watch?v=W70YiEVc69I


“Howard tenía los ojos abiertos y brillantes y alerta. Los pulmones y el corazón tal vez ya se hubieran detenido, pero los nervios ópticos seguían enviando mensajes a un cerebro que, como dicen los que entienden, no se apaga inmediatamente. De manera que, en el final, nos miramos fijamente a los ojos uno al otro” – Gore Vidal

Algo te molestaba, te perturbaba. Sentados, uno frente al otro, una mesa chingada de un bar. Hubo de enroscarse entonces algo en tu ojo, entre las pestañas, como intentando abrir el párpado. Acercaste la mano con delicadeza, siempre hacías todo de esa manera, arrimaste el índice y el pulgar a la persiana ocular. Con la punta de los dedos tomaste a la minúscula mosquita de la fruta que se abría paso al iris, macheteando con las patas, aleteando desvastada, abatida. Besó entonces, el bichito, la punta de tus uñas, implorando buenos jugos de manzanas maduras.

Me miraste y entonces dijiste: –¿Ves?, la vida es esto – creo, si. Creo que fue lo que dijiste.

Mordiste tu labio inferior, saliva densa rebosaba por la comisura, un estoico chorrito de baba me saludaba atento. Apretaste los dedos, revolviste las yemas un poco entre sí, convirtiendo al insecto en una masa blanda y negra, un filamento de oscura plastilina, transformando vida en vacío.
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"A estos hombres tristes, por favor no dejen de amar"

Estaba yo ahí, pero ya no estaba. Pagué, saludé, me fui.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Esa Pulpa que resta, flotando en el ojo

http://www.youtube.com/watch?v=zpNx9rocnEI

Un espejo, en el fondo de la habitación. Nos miramos las manos, el pescuezo, le arrancamos de reojo una mirada al cristal, allí nos reconocemos. Somos, en estos tiempos, hombres, mujeres: los seres humanos; nosotros, los minúsculos vástagos ramificados del gran género “Homo”, los hermanitos violentos, (hoy) racionales y torpes de los chimpancés, los guachos que la supieron curtir bien y acapararon la pulpa del mundo, convirtiéndonos con el paso de la arena en los árbitros del fin del mundo, en el virus planetario por antonomasia. Sin embargo, hubo una vez hace no tanto tiempo, cuando fuimos otra cosa.

Fueron bastantes los trajes mutantes que supimos ser una vez: animalitos similares a unas ratas que movían el rabo entre los dinosaurios que daban su bocanada final, anfibios, primitivos peces, incluso organismos unicelulares, eslabones del largo itinerario que comenzó en el ancestro común de todo lo vivo en el planeta. Hay algo que compartimos aún, con todos estos personajes: nuestra enorme propensión a sobrevivir, ese ir y venir para arañar un buche que nos permita costear el pato de la supervivencia.

“Estás buscando un símbolo de paz.”

El correr más rápido, tener piedras con mejor filo, los AK47 bien purgados, los mejores bancos y los billetes más verdes, las condiciones para la supervivencia fueron mechando de careta con el paso del tiempo. Todo ha de mudarse de barrio, incluso nuestras jaulas. La existencia se va tecnificando, la vida, densificando; lo simple hace rato se bautizó en el rito del cachivache.

Un espejo que, de pronto, deja de exhumar nuestra imagen habitual. Olvidamos al TEG de la supervivencia y tomamos el fruto entre las manos. Nuestra mandíbula de rata se entierra en la naranja, el jugo cae, escurriéndose entre nuestras branquias inferiores, se agolpa en el pelaje amarronado y en almíbar se transforma. Escupimos la pulpa del mundo en el plato, la diseccionamos con bisturí y la aplastamos inclinando el pulgar, inflando el pecho, sonriendo de costado, asumiendo que tan sólo nosotros, los sórdidos hermanitos del mono, tuvimos la capacidad de haber cometido tal infamia.