lunes, 26 de septiembre de 2011

Julieta y las masacres




  I -[su dios]

Las rodillas gastadas, le dolían. Julieta esperaba con ansias la venia del sacerdote, aquella que llegó finalmente aprobando el ardor de los devotos arrodillados, que se levantaron con esfuerzo de la complicada posición. Los santos arremangaban sus camisas de trabajo luego de la misa, y los hombres y las mujeres volvían a desearse las faldas, otra vez.


Pero, no todo allí terminó. Los más fieles -los piadosos con más ganas y los que habían cometido las peores atrocidades- desempolvaron sus ropas con pequeñas sacudidas y dieron unos pasos hacia el cuartito contiguo. Se desplomaron, entonces, en la sacristía, arrodillados por sobre sus rótulas, presionando el hueso y la poca carne que existe sobre las rodillas. Murmuraban, susurraban, mordiéndose el paladar,

Oh, Dios, he pecado
Oh, Dios, he vuelto a pecar
Oh, Dios, cómo me ha gustado
el volver a lastimar,

Julieta no los acompañó, se sentía limpia ese día. Tenía el cuerpo recién bañado y el espíritu vuelto algodón. Algo de barro seco restaba entre sus uñas recortadas con cuidado y la carne que se escondía por debajo de ellas. Lo sabía sin saberlo.



II  -[un hombre]

Uno se pasa la vida escribiendo letras, trazando líneas para que alguien las lea, alguna vez. Esas líneas que -tal vez- hablen de nosotros. Como un grito en una lengua extraña que nadie comprende y que alguna vez habrá de ser comprendido. Julieta, una vez -sólo una- quiso desmenuzar mi rugido.
.
Me habló del sotavento. Cuando la fuerza de un viento impacta contra una superficie -el frente de una montaña, por ejemplo- deja la mayoría de aquella fuerza, su humedad y vitalidad en aquella superficie. El sotavento es la parte protegida –el lado de la montaña que no recibe el impacto de la ventisca- El sotavento es aquel resguardo y por eso todo allí se conserva, como un arbusto que es protegido del viento; pero, al amparo de esa seguridad, la humedad –la vitalidad, la fuerza- no llega y por ello el arbusto, por lo general, es flacucho y se alimenta a flojas bocanadas, a mendrugos de agua y sal.

Julieta me miraba desde ahí, me miraba. Y me hablaba del sotavento. Si el cielo se vuelve noche, ya no hay nada que no pueda suceder. Y esa noche, sucedió.

-Y cómo es la carne de los crustáceos, cuando uno muerde su piel- Es desgarrador, así fue su epígrafe. Quizás, cuando sea arrasado por un destello de luz, la entienda.



III - [la vida]

Julieta, te he robado tu vida,
la he puesto en un cajón
junto a las medias que no uso demasiado.

Yo te libero, Julieta, de los fantasmas de tu espanto.
Serás mi carne.
Yo, mujer.
Yo te voy a hacer morir.