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I – [Estaciones]
En otoño, los árboles pierden sus
hojas.
Las pierden, porque sacan de
ellas toda su energía. La guardan, la reservan para soportar el frío invierno.
Estar flaquitos durante los meses ventosos también los ayuda: la superficie de
choque para con el viento helado es menor. En otoño, los árboles se despojan de
lo innecesario, mantienen sólo aquello indispensable.
Invierno, es el silencio. El
cerrar los ojos. Respirar.
La primavera es la explosión del
aroma, del sabor, de la textura y el color. La energía reservada en el otoño y
macerada durante el invierno estalla por fin. Es el momento de las flores, el
polen, el amor trans-especie. Las yemas de las plantas (y las nuestras) se
hinchan; la circulación de la sabia es a raudales (en ellas, en nosotros).
El verano es el fruto. Es el
trabajo recompensado. Es la semilla que dormirá en el suelo. Es la planta que
brotará del terruño.
El otoño tocará, entonces, a la
puerta. Nos pedirá las hojas.
Se las daremos.
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II – [Tala]
Lo recuerdo: era una arbolada
grande, enorme, en las inmediaciones de la selva.
Se desmontaron los árboles más
pequeños. Sólo se dejaron los grandes, con buena sombra. Sólo sobrevivieron a
la tala aquellos funcionales a los deseos del humano.
Pero, en la primera tormenta que
azotó al campo humanizado, todos los árboles que restaban cayeron de un
plumazo. Al no tener la protección de sus hermanos descabezados, al no tener la
protección de la selva, los árboles no pudieron mantenerse en pie y cayeron
como piezas vacías de un dominó.
Lo recuerdo.
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III – [Niñas y niños y niñas]
Niña, niño:
Si estás dividido de tu cuerpo,
también habrás de estarlo del cuerpo del mundo.
Su cuerpo –¡tu cuerpo!- , entonces
aparecerá como otro distinto de vos.
Separado de vos.
En lugar de vivir un continuo -al
que pertenecés- lo vivenciarás como algo ajeno:
“¡Esas ramas no son tuyas!, y
el tronco está hecho de hollín
y ceniza, y
¡la madera sólo sirve para
hacer muebles o aserrín!, y
los bosques son insumos.”
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El humano se ha secado.
Lo han talado.
Lo hemos
permitido
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