martes, 2 de agosto de 2011

Todas las mujeres son Laura



I

Movió los labios. No pronunció sonido alguno.
Abrió con cuidado, el hueco de su boca.
Sollozó en silencio;
quebró la sequedad de sus labios con la humedad de su lengua.
Hablaba de Laura.
De ella y de todas las mujeres.
Aquellas todas a quien había amado.
Todas aquellas, que había perdido.





II

Dicen los ingenieros que la resiliencia es la magnitud de energía que soporta un material al deformarse elásticamente. En otras palabras, es la medición del límite, el cálculo de hasta qué punto puede tensionarse la materia para que ésta vuelva a su estado original luego de haberse ejercido la presión. Podríamos pensar, quizás, que es la medición de la memoria de las cosas.

La resiliencia -dicen los psicólogos- es la capacidad que poseen (o no poseen) las personas para sobreponerse al dolor y los traumas que la vida y los demás seres humanos provocan en su existencia. Es aquella destreza de secar las lágrimas y escupir la sangre, cambiarse de ropa y pisar el suelo de una casa por última vez. Es la memoria de los últimos pasos, el poder posarte sobre las pisadas de aquello que fuiste antes de ser lo que ahora sos. Aquel ensayo inconsolable de jugar al olvido.

Sartre decía que somos eso que hacemos con lo que otros han hecho de nosotros. Quizás, sea verdad. Quizás somos una suerte de sumatoria de equívocos, de memorias resilentes que acumulan bajo la almohada todo aquello que recordamos de nosotros mismos, más lo que otros recuerdan de nosotros.

Un manojo de retazos de aire, con el que tenemos que trazar sobre la arena alguna figura reconocible. Una silueta que pueda ser identificada.



III

Le enseñé todo lo que sabía.
Ella me dio lo poco que poseía - aquello que yo buscaba-.

Pero, recuerdo el sonido que hizo mi ilusión al partirse.
Y, ese ruido, hizo mi mundo al caer.

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