martes, 5 de julio de 2011

Turquía terciopelo – [2ª parte]



IV

Él se desvistió con agilidad, sin mirarla siquiera

Ella dejó su pequeño bolso junto a la cama: -Jennifer, me llamo- le dijo.

Él le pidió que se aproximara, para apreciarla mejor y ella se acercó entonces, para ser examinada por el desconocido. Tomó entre sus manos el rostro de la morocha y lo acarició lentamente,

-tu piel es suave, como el terciopelo. Me gustan las mujeres que tienen buena piel; que tienen una piel como la tuya-

Ella no le respondió, creía que nada puede responderse mientras te están presionando los sesos con las manos. Luego de la venia del hombre, ella hizo lo que debía hacer. No duró demasiado, la carne; el perro estaba hambriento. Jennifer cerró los ojos -buscaba imaginarse el no estar allí- presionando sus párpados, entornando las mejillas. Cerró sus ojos durante un buen rato, cuando las posiciones permitían que el hombre no se diera cuenta de ello. 

Fue un trámite que perduró menos de lo que ella esperaba. Sonrió, entonces, cuando terminó su trabajo. Sin embargo, él confundió esa sonrisa con otra y le dijo, entonces, sin soltar el cuerpo transpirado de la mujer: -“sos hermosa, a pesar de tu tristeza...”-.

Se desplomó, entonces, sobre el catre avejentado y apoyó su cabeza sobre la almohada. Acomodó su nuca con cuidado, en el centro de aquella. Siguió hablando sin pausa. Cada dos o tres frases, se erguía de un impulso para reordenar la espuma de la almohada y volvía a apoyar la cabeza, luego de cada trabajo. Pero nadie lo escuchaba, en verdad. Jennifer estaba ensimismada en el eco de lo que él había pronunciado, que retumbaba en sus oídos. No podía soportar ese redoblante de palabras, ese repiqueteo insoportable. No le importó en qué se desparramaban los argumentos del muchacho, se acercó a él y lentamente le sacó la almohada que estaba por debajo de su cabeza -él sonrió, siguiendo el juego propuesto-. Ella tomó el cojín entre sus manos y se aclaró la voz, entonces, mediante una tos seca,

-Te voy a contar algo- le dijo, cruzándose de piernas por sobre la almohada, tomando su bolsito, que había dejado en el piso antes de volcarse en el lecho - viste esa flaca, la blanquita, la que te abrió la puerta. Suave como la seda era, cuando entró acá-...

[Jennifer tomó unos alfileres, que guardaba en su pequeño bolso]

 - Es mi hermanita melliza, la menor por unos minutos. Ella laburaba antes en una fiambrería, lejos de este infierno. Pasaron unos años sin vernos, la extrañaba mucho, éramos muy unidas de chicas...

[Dispuso por encima del colchón, en línea ordenada, unos cuantos alfileres, incontables agujas listas para ser introducidas]

... la fui a visitar allí, hace un tiempo. Me pidió un pucho, aquella vez; hablamos,...-

[Comenzó a clavarlos en la almohada enmohecida, uno junto al otro. Podía escucharse el grito ahogado del cojín luego de cada incisión]

- ...le conté de acá, de la guita fácil. Debutó en este mismo catre. Ahora es eso que viste, un cuadril apretujado en un vestido corto que le marca las tetas. ¿Hermosa soy, decís?, ¿De qué belleza me hablás?, aquí dentro no existe tal cosa-.

Jennifer se detuvo y observó su montoncito de alfileres, sobre la almohada. Estrujando las manos contra sus rodillas, dibujó con sus labios una mueca que podía asemejarse -quizás-  a una sonrisa. Levantó su vestido de la alfombra y lo dejó deslizar a través de su cuerpo; la pieza de tela descendía de una manera conmovedora, oscilando lentamente, bailando, resbalándose desde la cabeza hasta sus rodillas. Tomó su bolso y se fue de la habitación, sin volver a mirarlo.