lunes, 26 de agosto de 2013

El límite es la delgada cuerda que sostiene al tablero - [1era parte]




I

La razón infinita de no tener razón.
Porque, ¡quién necesita tal cosa!


Es que, ¿es posible elegir la velocidad a la que las uñas crecen?
¿Es posible decidir sobre el peso de un sentimiento?



A veces me pregunto, si es que hemos convertido a la conciencia en esto.
Si es que somos un género de animales mentales en base a un equívoco.

A veces me pregunto, si es que podríamos ser de otra forma.



II

Como el buen jugador de ajedrez, que no juega contra otro, sino contra la representación de todos los juegos que hubieron existido, contra todos los que se han dejado constancia -en los libros, en los sistemas de información, en su cabeza-.

Así, como aquel jugador enfrenta a todos los jugadores invisibles que ya no están allí, nosotros nos enfrentamos a todo un mundo que nos precede. A todas, nos enfrentamos: a cada una de las jugadas de aquellos jugadores que ya no están. Esos caminos trazados a trocha gruesa sobre un suelo que tenemos que seguir o, al menos, mirar de reojo.

Antes de mover la pieza lo pensamos unas cuantas veces. Luego de moverla, en la cuenta caemos: la pieza se ha movido, sí, pero dentro del tablero propuesto. No nos hemos siquiera acercado a su límite, al fondo del juego.

Hay poco aire, dentro de la cuadrícula.
Debemos jugar de otro modo.

Provocar que las piezas se encastren entre sí.
Que tomen un peso específico diferente.

Hacer implosionar al tablero.
Quebrarlo por su mitad.
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