martes, 5 de abril de 2011

Rubia




- Se ven grandes. Sus dientes son del tamaño de mi mano-, pensé. Levanté mi palma en el aire y comparé: -sin duda-, dije en voz baja, casi sin separar los labios. 

El rostro era inconmensurable, casi infinito allí arriba. Esos enormes ojos habrían podido servirme de almohada, si hubieran estado rellenos de plumas o de esa espuma que los fabricantes de cojines amontonan dentro de las fundas y cubiertas

- Podría usar esos ojos como almohadas - le dije al oído, a Julieta, (intentando ubicar todas mis palabras dentro de su ojal auricular, pretendiendo hacer el menor alboroto posible).

- Sí - me respondió Julieta, - pero no podrías dormir sobre ellos - agregó unos segundos después. Julieta era de esas personas que gustan de los silencios cuando hablan, esos espacios vacíos que permiten transformar el sentido de toda una frase.- ¿Por qué?-, la increpé.

Sin vacilar, me clavó la navaja de su lengua: - porque te observarían permanentemente. Tal como dios lo hace. Y te preocuparías demasiado por no hacer gansadas a su frente, ni putearías a los gritos. Tampoco te desnudarías con tranquilidad, si esos ojos te estuvieran observando permanentemente – dijo de un tirón, sin sus clásicos silencios mutantes. Casi en voz alta, me respondió. El tipo que estaba junto a nosotros se fastidió bastante, me hechó una mirada, irritado y resopló por lo bajo.

Así como en las batallas, a un fuego de artillería se lo importuna con otro aún más terrible, sin bajar el volumen de las frases, respondí a sus dagas: - si fuera el ojo de algunos de los dioses, alguno de todos ellos, no me fastidiaría demasiado. Si yo fuera uno de ellos, andaría desnudo todo el tiempo y no me incomodaría que otros también lo hicieran - le retruqué en voz baja. Sonreí cuando terminé mi declaración.

- Vos no sos dios – me dijo, y lanzó una risotada aguda que se dilató y eternizó en el aire unos largos segundos, hasta apagarse. Un silbido de reproche bufó desde el fondo de la sala.

En verdad, no quería seguir hablando sobre el tema, - no importa, Julieta. Ese ojo tampoco es de dios, es de Scarlett Johansson - le respondí. - ¿Se pueden callar? - gritó alguien por detrás nuestro. El viejo, que a nuestro lado se encontraba, gruñó de nuevo, un poco más fuerte que su anterior rumia. Un murmullo incómodo creció a nuestras espaldas.

Julieta masticó su próxima carta en estricto silencio, presionando con fuerza sus labios. Esperó a que el bullicio de protestas se amansara un poco y me respondió, finalmente, pero esta vez no vociferando a viva voz, sino ahuecando con cuidado sus palmas por encima de mi oído y posando su boca sobre ellas, dirigiendo sus palabras en fila, directo al tímpano: - tampoco harías bobadas ni putearías frente a ella. Y no creo que, frente a semejante mina, te desnudaras tan fácilmente como lo hacés con cualquier mujer -

No le respondí. A Julieta le gusta tener siempre la potestad de la última palabra; a mí no me molesta demasiado, tal exigencia. Sabe que Scarlett se parece a ella y uno hace lo que puede, con esa situación.