lunes, 6 de agosto de 2012

Livorno


 
Nada es real
[Hasta que así lo volvés]



I

El principio es con los dioses, porque todo necesita un origen.
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Y, toda relación necesita su génesis, su mito de iniciación: que “se pelearon durante años”, que “ella siempre lo amó en secreto”, que “él era odiado por su padre”, que “estaban de novios con otras personas, pero soñaban sólo con su encuentro”. Aquellas historias, de todo tipo y color.

Buscamos siempre un cuento hermoso. Buscamos algún dios profano que nos salve de lo insalvable de lo cotidiano. Vivimos de las historias que nos han contado y de las que nos contamos a nosotros mismos, cuando cae la noche.


II

Hubo una vez que los pescadores eran los únicos que poblaban aquella tierra. El aroma al pescado fresco convivió luego con los gritos de los comerciantes y los bolsillos de los burgueses. El puerto de Livorno fue un botín indispensable en la segunda injuria mundial.

Un hombre, un sobreviviente, un mendigo hoy desplomado sobre la vereda de la calle principal de la ciudad. Dicen que es heredero del primer pescador que la tierra toscana dio. Yo creo en aquella historia. El vagabundo balbucea al que pueda escucharlo: “Torpes son como los peces, cuanto más se resisten más se clava el anzuelo en su carne”.

Yo creo en esa historia.



III

Ese largo trabajo, inconmensurable. Esa labor, el borrar aquellas ideas venenosas de la mente de los hombres. Hacer callar esas voces perversas que aúllan desde los libros escritos por la herejía,
---Oh, ¡ese arte de adoctrinar infantes!---
---Oh, ¡que destreza en hacer morir lo que quizás nazca!---
Una vuelta de llave al cerrojo. Las cadenas siguen en su lugar.
Providencia al rey de reyes.



IV

No idolatres.
No idolatres al dinero, ni a las cosas. Tampoco a las personas.
No idolatres a lo que, te han dicho, tenés que idolatrar.
Rompé el friso.
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