martes, 13 de marzo de 2012

Mis momentos con María


[Ella era como una cama recién hecha, daba pudor meter mano y desarmarla]





I

- Creo que te lo dije una vez,
Una vez, sí.
Ya no espero al destino, María.

Creo en que las cosas que nos suceden ocurren por lo que hacemos. Por los pasos que damos, por los tropiezos.
No dejes que te sorprenda el destino –si es que existe-, María, sorprendelo a él.-




- Será que sos un tipo que apuesta a no dejarse llevar, sino,
a llevarse todo -

-Nunca me llevaría todo, no.
Sólo lo que quiere irse conmigo-



II

Sentado estaba en una mesa de madera, en un viejo bar cerca de los tribunales de Buenos Aires, esperando a María. Ella trabajaba de recepcionista en un estudio jurídico. Ella se vestía bien.

Había pedido un café con leche. La taza latía aquel humo del reciénhecho. Siempre prolongaba ese momento -disfruto del calor que va apagándose lentamente, ese vapor que avanza extinguiéndose entre los filamentos del aire- . Miraba los cuadros que sobre la pared estaban: caballos de carrera, cantores de tangos, bandoneones, actrices que jamás había visto.

- ¿Tiene algo para comer? – dijo un niño,  de quizás seis, siete años, que había entrado por la puerta principal del bar. Era pequeño, tenía una remera que una vez fue amarilla. Bebía de una botella de cocacola que tenía su líquido por la mitad. Tenía la botella entre sus manos, la cuidaba, era su tesoro.

“Qué puedo hacer, pibe, qué vamos a hacer” decía el bolichero, el viejo que manejaba el bar. “Vamos pibe, que vamos a hacer” - . El niño no le contestaba, lo miraba, si, pero no le decía nada. Quizás todos le dicen lo mismo a los niños de la calle. Quizás nadie les habla, en verdad, a los niños de la calle.

El viejo le dio al chico, entonces, un sándwich de jamón y queso en pan de pebete, que envolvió en una bolsita de papel marrón. “No te lo comas vos solo, es muy grande, tenés que compartirlo pibe”. El niño sonrió, tomó la bolsa y sonrió. El viejo me miró desde el fondo de la barra y declamó hacia el techo del bar: ¿Dónde está Cristina? ¿Dónde están las cámaras, pibe?; levantó sus brazos y dijo,  “¿qué vamos a hacer con todo esto, pibe?”


María entró cuando el niño estaba saliendo del bar.


III

Ya no creo en los viernes a la tarde, María.
Me has hecho no creer más,
en los viernes por la tarde.
Sólo nos resta creer en aquello aún intangible,
en los calendarios de cocina y los años bisiestos.
Sólo nos resta,
creer.