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Se pinta los ojos antes de irse, con atención divina. Se observa en el corto reflejo que despierta la ventana.
"Ya sufriste cosas mejores que estas"
Es que la nena se aflojó el cinturón esa noche, su ángel de la guarda le había prometido las mejores nubes, las más altas, las que sólo se miman con la punta de los dedos. El alado le desabrochó el primer botón de la camisita de tul, la miró a los ojos y le escupió que nunca había estado tan cerca de sacarse las alas. La piba, aparentemente, sonrío sin ganas, aunque yo no estoy tan seguro.
“ Y aquí ¡Gracias a dios! , uno no cree en lo que oye”
Y el segundo botón que ya no estaba en la prenda, las alas en la mesa. Los demás botones se arrancaron de un saque; la empujó al catre, hacía tiempo que no se subía la túnica, largo rato sin morder el manjar de los dioses paganos, el de carne y sangre. Los demás angelitos, mirones, entrometidos, voyeurs de buen palo, se enjuagaron la boca desde la ventana: todos le tenían ganas a la pendeja.
“Tu secreto es: -La suerte del principiante , no puede fallar.-“
Se llamaba Amapola, como la flor. Hacía tiempo que había dejado de creer en los arcángeles de una sola noche y en las promesas de doble queso. La historia, que encadena los sucesos de manera inconsolable, la arrastró a mi cama, una tardecita de Marzo. Entre carne y aroma a encierro, me dijo, como al pasar: - “El problema de los ángeles, es que quieren vivir para siempre” - .