miércoles, 16 de enero de 2013

Maite y un atardecer







(…)

II

¿Cómo decirle que soy una fruta madurando?


Que todavía me falta para jugo.
Que si ella es jugo, está bien.
Que aquello, quizás no se elige.





Que podemos equivocarnos.
Que podemos volver a intentarlo.
Que podemos no volver a vernos jamás.


Que todo es tan efímero y hermoso.

Que aquello que nos volvía eternos, es lo que nos mata finalmente.

Que todo se vuelve dolor, aunque busquemos, con todo el corazón, no crearlo.

Que el verbo ser y estar no son lo mismo.
Que puede emerger el ser y  no el estar.
Que, quizás cuando sea el momento, ella ya no esté: que quizás sea el estar, sin el ser.

Que, tengo miedo de perderla, finalmente.
Que tengo que aprender de ese miedo.

Que no puedo hacer otra cosa que actuar según lo que siento, aunque el miedo aparezca por las mañanas.  
Por las tardes y las noches.
Que no puedo hacer otra cosa que hacer lo que siento, aunque quizás no haya más que un adiós.

Que, aunque el dolor nazca de la sinceridad, duele igual.
Que el dolor que nace de un acto sincero, puede irse con el tiempo.

Que la sinceridad es una forma de amor. Una forma de amor tan hermosa.

Que si es verdad que para amar hay que dejar libre, nunca me dolieron tanto las alas.

(…)



Atardecer,

Cuando era pequeño fantaseaba con alcanzar el atardecer, corriendo hasta él.
Así, pensaba entonces, siempre tendría sol, ¡siempre habría de ser iluminado por él!

Pero, somos humanos. Y las piernas se cansan.

Y, el sol, nos acompaña un instante. Y después se va.

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